miércoles, 15 de febrero de 2017

Carla Sagulo





La mitad abierta

Como nube herida,
llega a mi ventana
de los techos una gata;
viene a decirme
que soy ella
también
en la tormenta

y como a mis huesos,
casualmente,
se les ha dado por temblar,
 y a mi cabeza por pensar 
 la muerte, yo le creo,
le creo y le abro
 y me abro así
un tajo:

en el reflejo soy ahora
un solo ojo,
un solo hombro,
un gesto hachado

y en la mitad abierta,
venido de la noche,
descalzo y blanco
un animal entero.




La pastilla del verano

Roja, dorada, apenas verde
me dejo arder
porque no puedo más nadar en seco
con estas alas que me crecen
azules en la axila.

Arpas, órganos, violines de viento
alimentan volátiles colores primarios
como en la caricia de un cuerpo,
como quemando leña en calma.

Levantaría vuelo ahora
pero me aqueja la tierra,
me tira de un hueso
la gravedad del asunto.

La ley no me atañe,
igual me corrompe:
me vuelvo incendiaria
pirómana pirada.

Nadaría hasta el fondo,
de tener agua cerca,
hasta dar con un espejo
que me borre la cara

pero todo está tan seco
que hago gestos en el aire,
abro la boca como un pez
tras la pastilla del verano.

Tengo del mar sólo el mareo
y el recuerdo del susurro
en algo que se cuece
mi cuerpo, el que me queda.




Cebras

Cebras que pastan; el amor
tiene formas así, penachos
cuando logra que el minuto se complete,
devore la hora, preñada de días,
tal vez años, tal vez fila de estrellas,
y mueva la cola al compás de las moscas
y las moscas se retiren a su muerte por un rato.

Anoche me encontré con una: no pastaba,
bebía, con paciencia de cebra de unos ojos.
Me hizo pensar en que quizás, el amor
podría haber cambiado de elemento.
Porque esa cosa, también, va por el aire;
se han visto nubes con forma de caballo naranja,
duraznos perfectos, se pudo ver el cielo entero
alguna vez, qué tiempos.

 

Pero el aire ahora
no quiere darnos nada
y no hay ni un minuto vacío:
vivo abarrotada de conciencia
en el congreso de usureros,
en la fábrica de anteojos;
podría morir de asfixia o
vidrios rotos.

Podría morir de tantas cosas:
invadida por la fe, descerebrada,
mordida por la artrosis, la gangrena
o por besar una pantalla y recibir
la patada eléctrica de todos los toros.

O no. Mirá la vida:
¿ese trueno que ahora escucho,
ese rayo por las nubes,
no es la cebra
desbocada que regresa?




Carla Sagulo nació en Buenos Aires en 1977. Ha publicado El vino de la casa (Ediciones Vox, Bahía Blanca, 2007), Fuego chico (Nulú Bonsai Editora, Buenos Aires, 2009) y Toro (Nulú Bonsai, Buenos Aires, 2015). Es graduada en Letras por la UBA y trabaja como docente en la UNAJ. Coordina talleres de lectura y escritura en distintos ámbitos.


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