sábado, 5 de marzo de 2016

Natalia Romero






Astro

La ruta corta 
el medio del campo,
donde nadie nos espera.
Acá podemos admitir derrotas
y hasta olvidarlas.
No vemos la forma del sol
pero sí la marca
que deja.
Una luz rosa
y esos dos molinos
uno al lado del otro,
sin rastros
de quien los construyó.
No hay nada con el sol
no es más que el sol
y sigue ahí.
Todos los días de mi vida
va a estar en el cielo.
Lo que nos rodea
no sabe que estamos
en ese segundo que se apaga
ni bien ocurre
y esa garza que vuela al ras
del suelo tampoco nos ve.
Ni los caballos de crines largas
marrones vivos.
Todo lo que invente ahora
existe
cuando la belleza es tanta
que ni lloramos,
el aire parece de oro
quiero tenerlo siempre
con la misma seguridad
que al sol. 





Seis de la tarde 

Salgo a regar las plantas
y espero que la tierra 
se humedezca
lo suficiente
para sentirme viva.
Estoy viva, repito.
La muerte no es un lugar.
La piel al sol
se enrojece 
y me asombro
todavía
cuando me acuerdo de vos
tirada bajo los rayos 
hasta volverte naranja.
El agua cae desde el tallo 
va a la raíz
la veo engrosarse
quiero recordar que vivo
como si no fuera un recuerdo.





Grabado

Sobre el borde 
las cosas tiemblan.
Bajo el agua los peces 
flotan sin rumbo
fuertes
saltan contra la madera
el aire aploma
el gesto del agua inspira.
Miré sus ojos a través del claro
también esa había sido yo.





Sur

No iba a poder controlar todo.
Lo supe la tarde en que el mar subió
en una ola 
alta hasta nosotros.
Alcanzó las piernas las caderas
la cintura al sol
los libros los papeles 
el lápiz los dibujos.
El mar era una belleza incomparable
que podía llevarme hundida.
No era el agua
no era la ola
no era la arena infinita.
Era el recuerdo de un miedo sin eco.
Lo único que controlo
no tiene nombre
pero es mío.








                                                                          tú en mi mano, tú azul, tú por el aire
                                                  yo te veo, mujer, y yo me veo

                                                                     Héctor Viel Temperley.

Ciervos

Mi hermana aprendió a nadar 
igual que yo,
al borde de la pileta 
tantear el agua con los pies
tirarse primero de palito
rozar ahí, con la punta 
los azulejos 
las ranuras en los dedos. 
Mi hermana aprendió a abrir los ojos 
igual que yo,
bajo el agua ver todo 
que pique el cloro
el verde más verde
el violeta también.
Mi hermana se pintó las uñas 
con el esmalte plateado de mamá.
Ella anduvo en sus zapatos,
los hizo sonar contra el piso
y eran sus pies.
Miraba documentales 
donde en el bosque, los ciervos 
huían antes de ver el ataque.
Las matas de hierba podían 
tapar hasta un pozo.
El peligro era un desconocido
hacia el que iban con los ojos cerrados. 




Natalia Romero nació el 21 de Febrero de 1985 en Bahía Blanca. 
En el año 2004 se mudó a Capital Federal, donde vive actualmente, en el barrio de San Telmo.
Es licenciada en Ciencias de la Comunicación.
Publicó poemas en plaquetas, revistas y antologías y su libro Nací en verano (2014) por la editorial El Ojo del Mármol.
Recibió el primer premio del concurso SARAS (Uruguay, 2015) donde sus poemas fueron traducidos al inglés.
Participó del VI Festival de Poesía en Lima.
Dirige la librería A Cien Metros de la Orilla (www.acienmetros.com.ar) especializada en poesía.
Coordina El otro lado de las cosas, talleres de poesía y escritura.
Cursa la Maestría en Escritura Creativa en la Universidad Tres de Febrero.
Algunos de sus poemas pueden leerse en: www.todaslascostas.blogspot.com.




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